ANDRÉS TIMOTEO
LARGA PANDEMIA
Neumonías y sarcomas fueron los primeros síntomas visibles y altamente impactantes para los que en la década de los ochenta comenzaron a oír sobre una nueva enfermedad incurable: el Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida (SIDA). En la televisión, periódicos y revistas se exhibían fotografías de los enfermos terminales en condiciones lamentables. Entonces, el terror se apoderó del mundo.
El 5 de junio de 1981, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos oficializó el padecimiento como altamente letal. Más tarde lo corroboró la Organización Mundial de la Salud (OMS) declarándolo pandemia, es decir una epidemia mundial. Venía de África, dijeron, y se transmitía por vía sexual. Por eso se le catalogó como una enfermedad venérea y hasta se le equiparó a un castigo divino por el libertinaje sexual.
Casi inmediatamente se reforzó tal idea prejuiciosa – la del castigo de Dios- porque las primeras víctimas fueron homosexuales varones pero después también las mujeres que ejercían la prostitución se contagiaron. Luego fueron los migrantes, las amas de casa, los jóvenes y el resto de la población. Nadie quedó inmune e incluso hubo -y hay- víctimas imprevistas: los que se infectaron por transfusiones sanguíneas con plasma contaminado y los bebés que a la hora del parto se contagiaron porque la madre era portadora.
Han pasado cuatro décadas de una larga pandemia. ¿Víctimas? Muchisímas. Millones.El SIDA sigue sin cura, sin vacuna y sin medicamento que lo neutralice. Eso sí, la ciencia logró tratamientos que garantiza a los infectados una calidad de vida y exorciza el riesgo de una muerte inmediata. Son terapias medicinales de por vida, tomando a diario antirretrovirales.
En estos cuarenta años, la humanidad ha aprendido a vivir con esta pandemia, a sobrellevarla. Sigue incurable, cierto, pero también es tratable. Una de las claves para enfrentarla con relativo éxito fue la educación colectiva que incluyó el cambio de hábitos como cuidar la actividad sexual y practicarla de forma segura. El uso del preservativo -conocido popularmente como condón – fue el equivalente para esa pandemia a lo que ahora es la mascarilla para la Covid-19.
Hubo, por supuesto, sectores negacionistas y anti-condón que recurrieron a alegatos tan pueriles como los que ahora se usan contra el cubrebocas. Decían, por ejemplo, que el coito no les ‘sabía igual’ y que el uso del condón era un arma de los poderosos para disminuir la población mundial. La educación también permitió diferenciar entre un portador del Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH) y un enfermo de SIDA pues una persona que es seropositiva no necesariamente desarrolla la enfermedad.
Los sidosos -como se les denominó en los ochenta – fueron estigmatizados y segregados, al grado de que compartir una cuchara, un plato o un vaso con ellos era un tabú. Las ‘fakenews’ también se llegaron a convertir en leyendas urbanas como eso de que sentarse en un inodoro público que probablemente había sido usado por un ‘sidoso’ haría que la gente se contagiara y terminara como ellos.
El SIDA rompió igualmente viejos moldes familiares y de docencia pues los padres y los maestros tuvieron que abordar el tema con sus hijos y los estudiantes, educarlos para una vida sexual sin peligro, lo que implicó reconocer que tarde o temprano comenzarían a ser o ya eran activamente sexuales. En muchos hogares quedó en historia eso de que con los papás no se habla de sexo pues a eso empujó la emergencia sanitaria.
En estas cuatro décadas, el VIH/SIDA se volvió tan omnipresente que prácticamente no hay persona que no tenga un pariente, un vecino o un conocido afectado por el mismo o con familiares en esa condición. Es la pandemia mortífera previa a la Covid-19, trasmitida también por un virus indomable y mutante -tanto que hasta la fecha no se ha logrado una vacuna- aunque, por la familia viral a la que pertenece, el Coronavirus es comparado con más frecuencia con la Gripe Española de principios del siglo pasado.
PONCE Y CARBAJAL
Ayer fue el Día Mundial de Lucha contra el Sida, fecha para recordar que la humanidad es altamente vulnerable a los microbios y que de vez en vez llegan pestes que la ponen en riesgo de extinción. Y como sucede en tiempos de calamidad siempre hay quienes sacan la casta para ayudar, innovar, consolar, tratar y defender a las víctimas de plagas mortíferas y estigmatizadoras.
Siempre hay héroes en las hecatombes, unos más populares y otros más discretos. A ellos se les considera mentes preclaras pero definitivamente son ángeles enviados para ayudar a la humanidad en apuros. En Veracruz hay dos nombres que brillan por eso. Uno es el de la doctora jalapeña, Patricia Ponce Jiménez quien fundó junto con otros activistas el Grupo Multisectorial de VIH/SIDA e ITS desde los años noventa que ha sido un faro para todos los portadores y familiares de los mismos.
La investigadora no solo se ha dedicado a la difusión y educación sobre el padecimiento sino que su organización ha ejercido el activismo preciso para defender los derechos de las personas seropositivas principalmente en cuanto a la atención médica y la obtención de medicamentos. Hasta la fecha, la doctora Ponce Jiménez sigue al pie de la lucha y es un baluarte para la entidad.
En el puerto de Veracruz, hubo otro héroe, Juan Carbajal, fundador, también en la década de los noventa, de la asociación Claroscuro Gay defensora de los derechos humanos de las personas homosexuales y también de los portadores del VIH/SIDA. Durante mucho tiempo, Carbajal tuvo un refugio-dormitorio de personas infectadas y fue el ‘dolor de cabeza’ de funcionarios del sector salud, especialmente de los directivos de la Jurisdicción Sanitaria y del Hospital Regional de Veracruz por encabezar marchas, plantones y diligencias judiciales para reclamar el derecho a la atención médica y la dotación de antirretrovirales.
También fue impulsor de cambios en las leyes de Veracruz. Se le recuerda, por ejemplo, en aquella huelga de hambre que en el 2008 instaló frente a palacio de gobierno en Jalapa para exigir la modificación del Código Civil de la entidad que en su artículo 726 establecía a la prueba anti-VIH como requisito obligatorio para permitir el matrimonio. Juan Carbajal murió en abril del 2013, luego de sobrellevar durante mucho tiempo la misma afección.