TEXTO IRREVERENTE

ANDRÉS TIMOTEO

HUBRIS EN PALACIO

¿Fatorexia, dismorfofobia, prosopanogsia, Síndrome de Bonet, solipsismo o esquizofrenia? Se preguntan muchos sobre lo que le ocurre al morador de palacio de gobierno en Jalapa. Esas afecciones se enmarcan en el espectro de la psicosis y hay niveles de intensidad, son tratables médicamente y no todas las personas que las padecen se convierten en amenazas para sí mismas o para los otros. Sin embargo, también hay casos graves que causan perjuicios sociales.

Todos esos padecimientos tienen que ver con la realidad odiada o no aceptada. A los afectados no les gusta lo que ven en el espejo o en la ventana, dice la sicóloga británica Sara Bird, y entonces recrean una imagen mentalmente y la convierten en “su realidad”. ¿Le aqueja eso al morenista Cuitláhuac García? Podría ser, pero se fuerza el diagnóstico. No obstante, en el terreno de la sicología hay una nuevo padecimiento que le encaja al dedillo: el Síndrome de Hubris.

La afección tiene que ver con el poder. La persona que ostenta el poder -político, financiero, religioso – desarrolla está sicopatía que le impide ver la realidad por lo que genera universos paralelos donde todo está bien, nadie se queja, sus decisiones son acertadas, el pueblo lo ama y se siente satisfecho con lo que hace.  El concepto clínico es relativamente nuevo, apenas en el 2008 el neurólogo y ex canciller inglés David Owen lo acuñó y se considera una “enfermedad del poder” que llega a ser muy dañina para el pueblo que tiene que soportar al paciente.

‘Hubris’ es un vocablo  griego que significa “desmesura” y se relaciona con la leyenda de Las Moiras, esos seres mitológicos que cortaban el hilo de la vida de los humanos. Había quienes se sentían con más derecho que otros a tener una madeja más grande, vivían “su propia realidad” y rechazaban la que correspondía a todos. Es un padecimiento que mucho tiene que ver con la soberbia.

Entre los síntomas que describen los sicólogos están desprecio a los consejos y críticas de los demás, que solo responden a cortes superiores como Dios y la historia -o al caudillo tabasqueño como es el caso de García Jiménez- no al Legislativo ni al Judicial ni mucho menos a la valoración del pueblo. También muestran imprudencia e impulsividad, es decir toman decisiones o hacen declaraciones que son verdaderos despropósitos pero ellos creen que son las acertadas.

De la misma forma, el afectado presenta alteraciones lingüísticas y semióticas pues dicen cosas incoherentes o interpretan a conveniencia términos y argumentos, entre ellos las leyes. Además pierden en contacto con la realidad y se aíslan progresivamente, y se les distingue por su  falta de empatía  – en Veracruz hay que citar de entrada la indiferencia del gobernante hacia las víctimas de la violencia –. y el síntoma más visible es que  mienten mucho y sin parpadear. Afirman una realidad que solo existe en su cabeza, la sostienen frente a todos y embisten a  los que la cuestionan.

En la aldea se aprecia que el Síndrome de Hubris ha avanzado en García Jiménez sobre todo respecto a las mentiras públicas. No son pocos los episodios recientes de falsedades emitidas que denotan el agravamiento de esa afección. Algunas de ellas: que no hubo ‘acarreo’ al mitin de Rocío Nahle en el WTC de Boca del Río, que la delincuencia ha bajado en un 80 por ciento, que en Pánuco ya se vive la tranquilidad y todos están felices.

Que cumplió con la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) y que el delito de “ultrajes a la autoridad” se va a derogar, que no pacta con la delincuencia como los del pasado, que su secretario de Gobierno, Patrocinio Cisneros, no tiene nexos con delincuentes, que no hay “licuadora” en los presupuestos públicos ni se ‘jinetean’ los mismos, que su gobierno no ha aumentado la deuda pública y que antes de que desaparezca su administración  primero va a extinguirse un partido que lleva más de ochenta años existiendo.

Y esas son apenas las últimas ocurrencias. Todas esas mentiras denotan la psicopatología del poder. Ojo, hay que acotar que, según los siquiatras, el Síndrome de Hubris no solo lo padecen los grandes hombres del poder -dictadores, presidentes, monarcas, jerarcas religiosos, líderes parlamentarios, ministros judiciales y potentados financieros- sino que ataca a cualquiera con un gramo mínimo de supremacía. Lo puede padecer un comisario ejidal, un jefe de manzana, un líder de vendedores o un gobernante tropical como Cuitláhuac García, depende del mundillo en que vivan y la realidad que recreen para sí mismos.

LA PÍLDORA AMARGA

Lo grave de la enfermedad es cuando su poder tiene espectro amplio, es decir cuando el paciente ocupa cargos cuyas decisiones, omisiones y declaraciones afectan a toda la población. Un gobernante perdido en su propia realidad cae en la ‘incompetencia hubrística’, es decir no le sirve a sus gobernados, es un inútil como conductor de una nación, un estado o cualquier ente público. Claro, hay excepciones donde el enfermo es tan brillante que aun padeciendo este síndrome su gestión pasa a la historia. No es el caso de Veracruz. Risas.

¿Cómo se trata el Síndrome de Hubris? Los expertos sugieren tres medicinas: una, dosis de tiempo pues cuando acaba el poder se acaba la enfermedad. Dos, el jarabe pueblerino o sea cuando el pueblo se harta y lo tumba como cuando se extirpa un tumor. Y tres, con baños de realidad. En esta última terapia es fundamental el periodismo para no secundar las fantasías del gobernante. Por eso García Jiménez, al igual que otros con poder pasajero, la emprende contra los periodistas a quienes acusa de “publicar mentiras por encargo”. No le gusta las ‘píldoras de prensa’, le saben amargas.

No es algo nuevo y han habido casos extremos. A principios del siglo XX. los asesores del presidente argentino Hipólito Yrigoyen ordenaron imprimir un periódico especial porque al mandatario le disgustaba leer lo que los otros diarios decían sobre la nación. Y qué decir del actual mandatario mexicano Andrés Manuel López Obrador con sus “otros datos”. Pero no hay que ir lejos, aquí en Veracruz el innombrable también imprimía “El Centinela” en el que se plasmaba su universo paralelo. Solo eso le falta a Cuitláhuac García, aunque ya hay algunos  ‘portales’ e informadores que le hacen la tarea de  convertir su ‘realidad alterna’ en hechos noticiosos.