¡Adiós al marinero!

Andrés Timoteo/ TEXTO IRREVERENTE

El marinero tuvo su cita con el Pescador de Hombres. Don Luis Martínez Wolf ya está navegando en otros mares, los eternos. Acá en la tierra se le extrañará. Hay tristeza sí, pero también el consuelo de que fue un hombre con vida plena: vivió donde quería, al pie del mar. Tuvo la  profesión relativa a lo que le interesaba, el mar. Trabajó en lo que amaba, sobre el mar. Defendió lo que consideraba su pasión, el mar. Cocinó lo que le daba su ecosistema, el mar. Escribió sobre lo que le importaba, el mar por supuesto, y también sobre otros tópicos que ocupaban su atención como la ecología y la política.

Lúcido hasta sus últimos días a pesar de las enfermedades que enfrentó y venció, don Luis tuvo igualmente una pluma productiva y una preocupación actualizada del mundo. No se quedó en la añoranza del pasado y aunque algunas veces se quejaba del presente, lo escudriñaba y proponía soluciones. Científico de causas, estuvo al tanto del último desafío de la ciencia y que a él le causaba especial preocupación:  la pandemia de Coronavirus. Se documentó y escribió sobre ella tratando de aportar algo para que los lectores tuvieran un mejor entendimiento y, por ende, se cuidaran, y para que todos saliéramos pronto de la pesadilla.

Su laboratorio y su cocina dieron muchos frutos. Algunos se contaron en las páginas de NOTIVER, su casa. Otros, como la paella con su receta súper-secreta también se degustó en las fiestas de aniversario de la familia notiveriana.  Los que tuvimos el privilegio de conocerlo, leerlo y tratarlo anotamos un hito en nuestro récord personal. Mi trato con él fue al principio un poco tenso por los escritos. Yo era su lector y él era el mio -perdón por la primera persona -, y se suavizó con el paso del tiempo y los recados en las líneas del periódico.

Digo lo anterior porque en su última columna del 21 de diciembre recordó una alusión que hice de un pariente suyo, a guisa de crítica por supuesto -no es hora para negar lo publicado pues ‘lo escrito, escrito está’- pero don Luis supo procesarla dando tiempo al tiempo para responderla -varios años después- con unas líneas aclaratorias, pero demasiado amables frente a una pluma insidiosa. Eso lo agradezco y lamentó que el tiempo me ganara para responder su texto. Seguramente lo hubiese hecho con una disculpa ofrecida o una explicación alargada. No lo sé y el hubiera no existe.

Sin embargo, considero que don Luis me privilegió con su amistad y su reconocimiento, algo inmerecido. Agradeciendo eso y a sabiendas que si bien en la barca celestial donde ya navega no repercute lo que se diga o se escriba acá en la tierra, como tributo a su memoria citó para los que nos quedamos en las lides mundanas una parte de aquella columna de hace apenas quince días, la cual tituló: “De las faltas en que yo, frágil como hombre incurrí, podré avergonzarme sí, pero arrepentirme ¡NO!”:

“Soy un Marino Mercante mas o menos corrido, o mejor expresado, que ha corrido mundo y ha cometido hartos errores y pecadillos, no he matado, creo sin querer poco he robado, poco he acometido a mujeres de mi prójimo y nunca a mi prójimo, en fin, todo lo que es humano me es propio, desvergonzadamente expreso: tengo un desprestigio perfectamente cimentado, por lo que poco me afectan los maldecires.  Ni me avergüenzo ni me arrepiento, solo dejo establecido, soy marino, no aviador. ¡AGUAS!”.

A sus familiares mis respetos y mi condolencia.  A los lectores que se quedaron sin “Barloventeando” también mi solidaridad porque nos hará falta ese texto. Y al marinero indómito, un adiós afectuoso. Las marejadas quedaron acá abajo, ahora todo es mar tranquilo. ¡Disfrute, don Luis, el viento en popa!