Texto Irreverente/ Andrés Timoteo
REGINA, 11 AÑOS
Hoy hace once años, la periodista Regina Martínez fue localizada sin vida en su domicilio de la colonia Felipe Carrillo Puerto en Jalapa. Se presume que su muerte sucedió entre la noche del 27 de abril y la madrugada del 28. La torturaron y la asfixiaron con una toalla usada como torniquete.
Es muy doloroso escribir esas cuatro líneas que reseñan, a grandes rasgos, los últimos momentos de la querida Regina. Lastiman las palabras y la descripción, pero se tienen que mencionar, redactar, recordar y machacar cada vez que sea posible porque es parte de la resistencia a la impunidad que algunos quieren para su homicidio.
Mantener vigente su caso como un agravio impermisible es también una forma de protestar contra los del poder responsables de ordenar el crimen y de los que maniobraron para que no fuera esclarecido.
A ellos no les bastó acabar con la vida de la periodista sino que además la difamaron ya estando inerte. Sobre su cadáver arrojaron suciedad a fin de justificar su propio homicidio adosándole conductas inventadas del ámbito personal.
Son tan asquerosos los que la mataron y los que montaron un tinglado para simular la resolución del caso como los propios integrantes del gremio reporteril que se prestaron a difamar a Regina manchando su memoria sin ningún reparo ético ni moral.
Platicando alguna vez en París con Katherine Corcoran, la periodista norteamericana autora del libro “In the Mouth of the Wolf” -“En la boca del lobo” (2022)- está confió que pudo acceder a las carpetas de investigación y conoció de primera mano los nombres de los “colegas” que declararon contra Regina para hacerla pasar por una persona de “bajas pasiones” que “pagaba por sexo”.
En su investigación, Corcoran también obtuvo la confirmación de algunos de ellos sobre que recibieron dinero de las propias manos de Javier Duarte para ensuciar a la víctima.
Uno de ellos, corresponsal de algunas radiodifusoras en la zona centro, testificó que sostenía un amasiato con ella y que le cobraba por hacerle perversiones. No tiene caso mencionar el nombre de este difamador pues los colegas de la capital saben quién es: tiene un portal de noticias en la web, además de ser famoso por su adicción a los polvos blancos y los zafarranchos en el congreso local.
Duarte pagó cantidades de entre los 100 mil a los 300 mil pesos a varios comunicadores para injuriar la memoria de Regina y sostener la versión ministerial de que su crimen fue pasional. Pagó igualmente a los propietarios de medios informativos para publicar dando por cierta la versión oficial del caso.
Uno de ellos, que ahora se dice un periodista y editor honesto “desde hace 52 años” y se indigna -no tiene vergüenza – de que ahora “hay periodistas vendidos” con la “cuarta transformación”, clamaba en su columna: “¡ya dejen a la muertita descansar en paz!”, ante los reclamos del gremio para que se hiciera justicia.
Otra que se asume narradora y feminista, pero que de sorora tiene lo que de astronauta, se reía del crimen: “Ahí está Regina tirada, sola como perra en la plancha de la morgue, ¿y sus amigos?, huyendo”. Todos ellos cobraron embutes por mancillar a Regina, pero el destino se retribuirá.
Lo mismo a otros execrables como Gina Domínguez, la errática vocera del duartismo quien preguntaba a quienes querían oírla: “¿Sabían que Regina era lesbiana y que pudo ser una mujer la que la mató? Hasta mordidas le dejó en el cuerpo”.
Ella instigó contra varios reporteros y reporteras a los que se les obligó a someterse a impresiones en molde de sus dentaduras para comprobar “si no fueron ellos los de las mordidas”, contaba una proterva Domínguez a sus cercanos.
“Tenía una vida algo disipada, medio revuelta y eso es importante que lo sepan”, profirió Domínguez al corresponsal del diario español El País que documentaba el homicidio. Pero el karma ya le camina por el cuerpo. “Mía es la venganza, yo repartiré la paga, dice el Señor” (Romanos 12:19).
ODIADA POR EL PODER
Los supuestos autores materiales del asesinato, Jorge Antonio Hernández Silva, “El Silva” y Adrián Hernández Rodríguez, “El Jarocho”, así como Diego Hernández Villa, un indigente que deambulaba por la colonia Carrillo Puerto y declaró haber visto a los dos anteriores en el domicilio de la periodista, son ‘hombres de paja’ creados por la Procuraduría en la falsa trama.
La periodista Corcoran indagó y comprobó que Hernández Villa si bien existe o existió nunca estuvo el día de los hechos en los alrededores de la casa de Regina y fue obligado a firmar una declaración a modo. Pero esos tres son testigos o culpables inventados, los verdaderos verdugos de Regina siguen impunes y empoderados.
Uno de ellos, exdiputado y expoderoso secretario de despacho, otro que fue un funcionario encumbrado, ahora es un acaudalado litigante, y otro más fue pariente político de un altísimo funcionario estatal. Regina tenía un expediente suyo e indagaba el despojo de tierras con apoyo del aparato estatal que regenteaba su familiar, además de otros asuntos muy oscuros.
Todos sin ser tocados al igual que el exprocurador Amadeo Flores Espinosa quien también goza de impunidad y de su riqueza mal habida al amparo del poder. Él fue quien cerró el caso con embustes y toneladas de lodo sobre la tumba de Regina. El karma le sigue pendiente, ya le llegará.
¿Fue el de Regina un feminicidio? No se le investigó como tal, eran otros tiempos en los que no había la base jurídica ni la consciencia social para considerarlo así, aunque sin duda su crimen fue por odio, acabaron con su vida porque era una mujer que incomodaba al poder y la abominaban los hombres poderosos.
Hoy, a 11 años, ni nos olvidamos de Regina ni nos conformamos con el estado de cosas. Exigimos que se cumpla el compromiso presidencial para reabrir la investigación y castigar a los verdaderos responsables y a los que les allegaron impunidad. A Regina la embistieron los despreciables, pero los dignos la defendieron y resisten con la terca memoria.
*Envoyé depuis Paris, France.