ǝʇuǝɹǝʌǝɹɹI
Por Andrés Timoteo
QUÉ PLANTÓN
Cacareó el huevo antes de ponerlo y éste se atoró en el infundíbulo -en el rancho le dicen ‘fundillo’, risas-. El mandatario en turno, Cuitláhuac García y su equipo de panegiristas propagaron a los cuatro vientos que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum sería la invitada de honor en el cuarto informe de gobierno que se realizó en Pánuco, al norte de la entidad.
La presencia de la gobernanta capitalina, dijeron, vendría a corroborar la cercanía con el veracruzano y le daría cuerpo a su ceremonia, además de que el evento sería otro acto de precampaña anticipada de Sheinbaum, la “corcholata” predilecta del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador para ser la candidata de Morena en el 2024.
Pero el ‘platillo fuerte’ se les enfrió. La ponderada no llegó a Pánuco y el gobernante local tuvo que hacer su vodevil sin la candileja principal. Claro, es de entenderse que la regenta capitalina no regresara a la provincia luego de la ola de críticas por dejar botado el cargo mientras cientos de miles de ciudadanos marchaban por las calles de la Ciudad de México reclamando la atención de las autoridades.
Haberse salido de la capital del país en plena efervescencia ciudadana, el fin de semana pasado, para acudir a un acto de precampaña en Tuxpan le valió que la tundieran en redes sociales y en espacios de opinión. Entonces se quedó en el altiplano y dejó plantado a su ‘matraquero’ jarocho, bueno más bien jalapeño para que no se enojen los costeños mal hablados.
La lectura da para la sorna. Vaya plantón que le dieron al gobernante estatal. Y no solo Sheinbaum sino el resto de la ‘clase’ gobernante guinda lo despreció. De los veinte gobernadores morenistas que hay ninguno acudió a Pánuco. Peor aún, la representante de la presidencia fue la zacatecana Rocío Nahle que no levanta ni bostezos, mucho menos suspiros por más que la vistan con atuendo huasteco.
Aludiendo a la fraseología clásica, lo que se vio ayer en Pánuco fue el “localismo empobrecedor”, una frase que en México se le atribuye al expresidente José López Portillo, pero que en realidad viene desde la España republicana, allá por los años treinta, cuando se intentaba mantener unidas unidas a todas las “naciones” ibéricas en un solo país, es decir a los nacionalismos muy localizados como el vasco, andaluz, catalán, gallego, etcétera.
El argumento central era que si una sociedad o un esquema de gobierno se conforma con lo local y no le apuesta a lo global, se empobrece y acaba envuelta en un circulo pernicioso de miseria intelectual, política y económica. En el quehacer político, dicha frase se toma como la carencia de figuras destacadas en el espectro nacional. O sea, se conforman con los del rancho, dirían los claridosos. Tal es la lectura del informe panuquense. Nadie salvable del altiplano, fueron los mismos aldeanos de siempre.
Lo anterior en cuanto a la forma, pues respecto al fondo hay otra lectura particular: el contenido del discurso de García Jiménez no estuvo dirigido al pueblo veracruzano sino a destinatarios con los que tiene un resquemor especial o de los que intenta desligarse. Fue un informe a la defensiva, se podría decir, porque se la pasó hablando de los gobernantes que lo antecedieron, llenándolos de culpas y a la vez excusándose de que le tocó “pagar los platos rotos” y enfrentar el “huracán neoliberal”.
Y ahí nuevamente apareció otro paralelismo veleidoso, ¿se acuerdan que en su cuarto año de gobierno, Javier Duarte se quejaba de que le había tocado “bailar con las más fea”? Esa misma quejumbre la practica Cuitláhuac García en su cuarto año de gestión.Ayer eran las “feas”, hoy son los “platos rotos”. Risas.
Así, entre quejidos y jactancia -de obras, muchas de ellas fantasmales –, García Jiménez habló, habló y habló no para los veracruzanos sino para quienes lo cuestionan por no tener una sola obra relevante en infraestructura, no haber pacificado la entidad como lo prometió, no buscar a los desaparecidos -como también lo prometió -, no reactivar la economía estatal, no frenar la migración ni la pobreza ni el analfabetismo.
Que se acabo la corrupción, dice, y no hay un solo integrante de su gabinete que se salve de señalamientos de ese tipo, incluyendo a él mismo. Que “con la cuarta transformación comenzó la recuperación”, ¿cuál?, si no hay avances ni en procuración de justicia ni en seguridad pública ni en reactivación económica ni en eficiencia administrativa.
Los acuciosos del quehacer gubernamental aseguran que hay un par de palabra que distingue los cuatro años del gobierno cuitlahuista: holgazanería e indolencia -a la que se le agregaría la de corrupción- ya que si se revisa el catalogo de compromisos hechos en su campaña electoral del 2018 no ha cumplido uno solo.
AQUEL CUARTO
Comparación forzosa y memoria necesaria. Hace ocho años, Javier Duarte no hizo ceremonia de cuarto informe de gobierno pues se le atravesaron los Juegos Centroamericanos y del Caribe -ese fue el pretexto, la realidad era que tenía poco que informar y además temía a las protestas ciudadanas -, pero sí acudió al congreso a entregar personalmente el legajo escrito.
Lo depósito en las manos de quien entones era su “cuatacha del alma” y con la que comía tacos callejeros en campaña, Ana Guadalupe Ingram quien ocupaba la presidencia de la mesa directiva en la legislatura. ¿Alguien recuerda algunas palabras de la diputada Ingram en aquel entonces? Exacto, se desvivía en alabanzas hacia Duarte y lo declaró el mejor gobernador en la historia de Veracruz.
Igualito que ahora dice la jefa de la Oficina de Programa de Gobierno, Walfraud Martínez de Cuitláhuac García. Personajes van y personajes vienen, pero la catadura -y la caradura – es la misma. No importa que ahora la señora Ingram Vallines aun siendo priista hasta pose en las fotografías haciendo la señal de la 4T pues lleva tatuada en la frente lo que hizo en aquellos tiempos.
Por cierto, en el 2014 cuando su cuarto informe de gobierno, a Duarte lo arroparon los gobernadores de Chiapas, Puebla, Quintana Roo, Tamaulipas, Tlaxcala y Yucatán, y el líder nacional del PRI, Cesar Camacho Quiroz -todos de ese entonces-. Hoy ni siquiera Mario Delgado, dirigente de Morena, se dignó a revestir el acto de García Jiménez. ¿Cómo interpretar eso?