IRREVERENTE
Por Andrés Timoteo
EL CORCHOLATAJE
Destapar a 42 “corcholatas” de los partidos de oposición para el 2024 más que burlarse de los de enfrente es un intento del tabasqueño Andrés Manuel López Obrador para cambiar la narrativa de estos días y restarle foco a los escándalos de corrupción destapados por el ‘hackeo’ a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) realizado por la organización Guacamaya y el libro “El rey del cash” de la periodista Elena Chávez.
Las dos últimas semanas han sido temas de debate público los militares, el entorno familiar de López Obrador, su trayectoria en estos 18 años de campaña electoral que incluye las redes de recaudación de dinero con origen cuestionable, y la complicidad de decenas de colaboradores en este tipo de transas.
Incluso, si lo han notado, ambos temas desatados tanto por los llamados Guacamaya Leaks como el reporte de la Red en Defensa de los Derechos Digitales -que confirmó el espionaje de la Sedena a ciudadanos a través del software ‘Pegasus’- y el texto de Chávez, desplazaron el discurso de La Mañanera que el tasqueño usa para marcar la agenda pública todos los días.
Lo que se dice en esas conferencias de prensa que López Obrador ha pasado a segundo término porque el interés -y claro, el morbo político- están acaparados por las revelaciones de esos tres entes: un conglomerado de ‘hackers’, una asociación civil -Red en Defensa de los Derechos Digitales, que se alió con Artículo 19 y tres medios informativos mexicanos para indagar el espionaje de los militares- y el libro sobre el efectivo que adora el tabasqueño.
En estos días, el mandatario federal se ha ocupado en tratar de menguar menguar el efecto de esas revelaciones, aunque minimizarlas y descalificar a sus fuentes no le ha funcionado por lo que recurre a la provocación temprana en términos electorales. Es decir, trata de meter a la discusión pública un tema futurista e incierto para que sustituya el vigente que lo afecta.
El jueves ocupó casi toda su conferencia en nombrar a los 42 personajes que, según su óptica, serían posibles candidatos de una coalición opositora para el 2024, y que podrían competir con su “corcholatas” comenzando por su preferida, la defeña Claudia Sheinbaum. La lista es ociosa y hasta cómica, además de que el mandatario en turno se convierta en un ‘destapador’ de candidatos en la oposición no tiene efecto serio.
Sin embargo, “chorcholizar’ a la política electoral tiene como único objetivo la distracción de la opinión pública. Provocar a la oposición y a la prensa para que caigan en el garlito de los precandidatos a la presidencia, cuando faltan dos años para la contienda, es para que dejen de hablar de los temas de corrupción que se han venido exhibiendo en estos días.
Aun así, las 42 “corcholatas” opositoras s que destapó no le alcanzan para cambiar el debate público actual. El libro de Elena Chávez se está vendiendo y sobre todo se está leyendo, y la opinión pública espera con ansiedad cada revelación derivada de los Guacamayas Leaks que van despachando los medios informativos conforme avanza la revisión de los documentos ‘hackeados’. Eso mata al ‘corcholataje’ del tabasqueño.
Así, y or segunda vez en su sexenio, López Obrador no puede cambiar la narrativa pública. La primera fue cuando se hizo público el entuerto de la “Casa Gris” en Houston, Texas, que habitó su hijo José Ramón López Beltrán y los conflictos de intereses con una compañía transnacional que era propietaria del inmueble y a la vez recibió contratos millonarios en Petróleos Mexicanos (Pemex).
Con eso le arrebataron el discurso para marcar la agenda diaria. Y, ¿qué hizo el presidente? Provocar nuevamente, atacando y descalificando los mensajeros, los autores del reportaje y los otros periodistas que siguieron el hilo informativo. Cuando esto no fue suficiente para apagar el debate público sobre la vida de lujo y parasitaria de su hijo utilizó el aparato de Estado para embestir a los que dieron el primer campanazo informativo del tema.
Al periodista Carlos Lóret de Mola le exhibió su sueldo y propiedades inmobiliarias exigiéndole explicaciones sobre ellas a pesar de que con eso violaba la ley por hacer públicos datos personales. A la organización Mexicanos contra la Corrupción, que colaboró en el reportaje, la intentó desprestigiar internacionalmente acusándola de recibir financiamiento del gobierno de Estados Unidos para urdir un “golpe de Estado” en su contra.
VIVIR DEL PUEBLO
Tampoco le funcionó pues hasta la fecha se continúa hablando de la “Casa Gris”, aunque eso comparado con lo que revela el libro de Chávez y Guacamaya Leaks es ‘peccata minuta’. Y a pesar de que los propagandistas del régimen repitan hasta el cansancio que ninguna de las revelaciones a tumbar a la “cuarta transformación” el desgaste en la honra del tabasqueño es evidente. Son golpes que descascaran su pregonada coraza de honestidad.
Quien haya comenzado a leer o ya lo haya terminado comprueban que el libro “El rey del cash” no da primicias totales -pues el trasiego de sobre con dinero en efectivo ya se conocía por muchos casos desde el de René Bejarano hasta los de los hermanos Pío y Martín López Obrador – pero si es el pegamento que une los puntos de lo que ya se sabía y ayudar a interpretar toda esa información previa. El libro es el catalejo para ver y entender el panorama completo.
Una de las grandes dudas que despejó Chávez, por ejemplo, es cómo o de qué vivió López Obrador durante 13 años que no tuvo un trabajo formal -desde el 2005 cuando dejó la Jefatura de Gobierno en el entonces Distrito Federal hasta el 2018- y en los que nunca pasó penurias económicas ni dejó de hacer campaña recorriendo todo el país- pues nadie podía explicar de dónde salían sus ingresos ya que no declaraba ante Hacienda y ni siquiera tenía cuenta bancaria personal para sobrevivir como lo hacen todos los mexicanos.
Chávez aportó la información faltante: siempre vivió del pueblo, y no en un término romántico sino en el perverso porque el dinero en efectivo que le llegaba provenía de desvíos al erario público en donde gobernaban sus incondicionales, y se complementaba con dinero de más dudoso origen: empresarios de mala estampa y gobiernos priistas locales -como en el caso de Javier Duarte en Veracruz y de Manuel Velasco en Chiapas- y muy posiblemente de organizaciones delictivas.