TEXTO IRREVERENTE

ANDRÉS TIMOTEO

TODAVÍA COVIDOSOS

Es una reacción humana comprobada científicamente, la mente tiende a olvidar parte de aquellos episodios extremadamente dolorosos para ir aminorando los estragos que dejan, y hoy millones de personas, toda esta generación, van en ese proceso luego de más de dos años de lidiar con la pandemia de Coronavirus: el susto, el encierro, las restricciones, los paros laborales, comerciales, escolares y de todo tipo, y en especial el miedo a morir ahogado, sin respirar porque los pulmones están colapsados. 2020 y 2021 son los terribles años de la peste.

Los que sobrevivimos tampoco salimos indemnes porque en la memoria colectiva estará durante mucho tiempo ese lapso de enfermedad y muerte. Cierto, la pandemia se cebó sobre los adultos mayores, pero murieron muchísimos de todas las edades, incluidos bebés. Además del confinamiento también la humanidad fue azotada por la calamidad económica: millones perdieron su empleo o vieron reducidos sus ingresos pecuniarios,  millones también ingresaron a las filas de la miseria.

A la fecha, ningún país se ha recuperado de la quiebra de empresas, descalabro de su Producto Interno Bruto (PIB), del desempleo galopante y del desastre en el poder de adquisición de la gente. Hay repunte sí, pero no se ha nivelado la situación al rasero pre-pandémico. La huella económica tardará al menos una década en superarse,  dicen los expertos, pero la huella humanitaria quedará grabada por décadas. Tal vez las generaciones del próximo siglo la vean lejana -como las de ahora vemos a la peste de Gripe Española de la centuria anterior-.

Y ojo, la pandemia no ha finalizado. Paso lo peor, pero el virus Covid-19 sigue activo, enfermando y matando. Claro, lo hace con menor intensidad porque la misma mente humana logró la hazaña científica de encontrar una vacuna en poco más de un año de peste. De acuerdo a los modelos de los epidemiólogos, las vacunas contra la Covid-19 han evitado al menos 20 millones de muertes. Hasta hoy, la pandemia ha cobrado 6 millones 350 mil vidas en todo el mundo, pero sin la inyección ya serían casi 27 millones.

La inmunización de toda la población mundial no se ha completado, pero al menos se eliminó el riesgo mortífero de la gripe. Ahora infectarse de la Covid-19 ya rara vez es sinónimo de hospitalización, intubación o muerte. Aún así, la gente sigue muriendo. La peste está acotada, pero no eliminada. La Organización Mundial de la Salud señala que la meta de inmunizar al 70 por ciento de la población mundial, establecida en junio del 2021, ya quedó obsoleta.

Ahora el reto es lograr la justicia inmunizadora, es decir que los países pobres tengan acceso a las vacunas. Pareciera inverosímil, pero hay naciones a las que no ha llegado la vacuna o si acaso algunas dosis meramente simbólicas y su población sigue jugando a la ‘ruleta rusa’ cada vez que se infecta. Hoy el objetivo la llamada justicia inoculadora, allegarle la inyección a los más desfavorecidos.

Casi la mayoría de los habitantes de los países desarrollados está vacunada, no así en las naciones pobres donde apenas si van en un 30 por ciento en aquellas que han podido acceder a lotes de vacunas. ¿Cómo puede explicarse tal disparidad en pleno siglo XXI y post-pandémico en el que, según las reflexiones filosóficas, la gente elevó su nivel de humanidad y empatía para con el prójimo tras la calamidad vivida?

La respuesta es simple como la dijo un radioescucha hace unos días en programa de debate de Radio France: “¡Merde!, nous sommes toujours les mêmes” (¡Mierda!, seguimos siendo los mismos”). Es verdad, no solo seguimos ‘covidosos’ -con la peste vigente entre nosotros – sino igual de individualistas, destructores del medio ambiente, faltos de solidaridad y empatía , y con el mismo estilo de vida autodestructivo. No cambiamos pese a los dos años en que los que le vimos la cara a la muerte.

AMAINÓ LA MAREJADA

En Europa ya no se habla -ni se teme- de nuevas olas pandémicas. Cuatro azotaron al viejo continente que desbastaron lo suficiente: 2 millones 300 mil fallecidos a la fecha. Ahora la incidencia mortal es  menor, los hospitales ya no están saturados e irse a vacunar ya es una rutina sencilla. El saldo a 30 meses de pandemia en tres países europeos que sirven de modelos para este texto es: Gran Bretaña, la nación  más castigada con 180 mil 700 muertos e Italia, la mártir durante la primera ola con escenas apocalípticas y pueblos enteros devastados va en 180 mil 200 fallecidos.

Y Francia tiene, hasta el corte de principios de semana, 150 mil 500 muertos, es decir que por la peste murió el 0.23 por ciento de su población que es de 67.3 millones de personas. Pero no son datos mínimos, aunque así parezcan las estadísticas, pues cada muerte conlleva una historia de sufrimiento que impactó a sus cercanos y a todo el mundo en tanto fueron narradas por el periodismo. Aquí mismo, en las Crónicas del Encierro se contaron muchas historias de aquellos días azarosos.

Hoy parece que la marea pandémica ya amainó, aunque no haya desaparecido del todo. ¿Y México? Como siempre, entre los punteros en la muerte. Sigue el quinto lugar mundial con 326 mil decesos según las estadísticas oficiales y más de 700 mil con los números reales, solo superados por Estados Unidos con 1.01 millones de fallecidos, Brasil con 672 mil, India con 526 mil y Rusia con 375 mil muertos.

Al igual que las otras naciones del ‘Top Five’ en la necrología pandémica, México está gobernado por un populista-negacionista que minimizó el riesgo sanitario, incitó a la población a contagiarse, maquilló cifras, negó la ayuda a los médicos y al demás personal sanitario. También regateó las vacunas, atacó el uso del cubrebocas, rechazó costear los exámenes serológicos y puso al frente de la contingencia a un zalamero igual de negacionista.

Andrés Manuel López Obrador despreció todas las recomendaciones de los científicos para aplicar un criterio político y cavernario a la política sanitaria. Acuérdense que hasta recomendó usar estampas religiosas para protegerse del virus. Muchas de esas 700 mil personas que fallecieron pudieron salvarse si el gobernante no hubiera jugado con sus vidas por un capricho personal e ideológico. ¿Y Veracruz? Ahí el desastre el peor, 16 mil 670 muertos oficiales, 35 mil extraoficiales y un gobernante local más cernícalo que el nacional.