ANDRÉS TIMOTEO
EL CAMINO III
La ruta francesa hacia Santiago de Compostela está llena de santuarios y sepulcros de mártires y prohombres del cristianismo, pero hay un cenotafio que no forma exactamente parte de ese mapa de los venerados de la fe, aunque el que yace ahí también fue un iluminado, un adelantado a su tiempo y que en su paso terrenal embelleció al mundo. Se trata del genio italiano del Renacimiento, Leonardo Da Vinci, quien decidió que sus restos reposaran en el Valle del Loire.
Muerto en 1519 a los 67 años – edad relativamente joven para los tiempos actuales- , los restos de Da Vinci están en la capilla de Saint-Hubert en el castillo de Amboise, uno de los edificios más bellos del Loire. De hecho, allí vivió los últimos tres años de vida pues en 1516 se instaló en Clos-Lucé, un castillo pequeño -más bien un palacete – anexado al de Amboise bajo el mecenazgo del rey Francisco I.
En Clos-Lucé están abiertos al público desde el 2016 -cuando se cumplieron 500 años de su muerte- los aposentos que ocupó con algunos muebles originales, apuntes e instrumentos del maestro mientras que en los jardines se recrearon sus principales inventos que en aquella época eran ficción. Cerca de allí, fue construido el castillo de Chambord, otra de las gemas en la cuenca del Loire, cuyos diseño se le atribuye al florentino quien no lo vio culminado pues se terminó cinco años después de su deceso.
Allí, en Chambord está la famosa escalera de doble hélice como principal obra innovadora que Da Vince aportó a la arquitectura de aquel tiempo y que está inspirada – léalo bien, lector- ¡en la forma del ADN! Sí, de alguna manera el autor de La Gioconda echó mano de ese modelo medio milenio antes de que la ciencia diera con los detalles morfológicos del genoma humano. En esa escalera de mármol blanquísimo y con forma de espiral pueden subir o bajar dos personas al mismo tiempo sin que se lleguen a cruzar.
Así era el genio cuya tumba, paradójicamente, no tiene nada de espectacular que señale el reposo final del creador de obras que hasta la fecha son reverenciadas universalmente. Apenas una modesta loza de mármol color paja que tiene al centro un medallón en negro con su rostro grabado. Es todo.
LOS VIÑEDOS DE DIOS
Siguiendo el Camino de Santiago se llega a los extensos viñedos de Bordeaux o Burdeos donde se obtienen unas de las mejores cosechas – ‘Grands Crus’, les llaman en francés – de ese caldo espirituoso. Algo tienen las tierras y el clima bordeleses que desde la época romana, cuando se plantaron las primeras viñas, el juego de su fruto encantó el paladar del mundo entero. Hoy, a las 120 mil hectáreas dedicadas a ese cultivo les siguen llamando ‘Los Viñedos de Dios’.
La mejor época para recorrer Burdeos es otoño cuando se realizan ‘les vendages’ que es la cosecha de la uva porque los campos están llenos de vida, gente que va y viene con esos pequeños ramajes que portan los frutos como si fueran joyas preciosas, y donde se puede asistir a degustaciones al aire libre acompañadas con los famosos quesos y ‘foie-gras’de la región. Pero hacerlo en primavera también vale la pena y las casas o ‘chateaux’ vitivinícolas también abren sus bodegas ofreciendo degustaciones con todas esas guarniciones exquisitas, aunque sin el hervidero de cortadores haciendo la vendimia.
-Aquí se hace un paréntesis para señalar uno de los vicios más sebosos de muchos redactores que utilizan la palabra “vendimia” como sinónimo peyorativo de “venta” cuando no es otra cosa que la recolección de la uva-. Regresando al tema, efectivamente en Burdeos las uvas equivalen a joyas preciosas pues de allí salen algunos de los vinos más caros del mundo.
La mayoría de los 52 ‘chateaux’ o casas productoras bordeleses han ocupado la cúspide en los récords catadores y más allá porque han aportado al mercado cosechas memorables. Vaya, en Burdeos se produce el Petrus que es uno de los vinos más cotizados del planeta. El precio promedio de una botella de esa denominación es de 2 mil 400 euros -50 mil 600 pesos mexicanos– y en el 2020, el Petrus Pomerol se vendió en 30 mil 690 euros -648 mil pesos -. En Burdeos están los ‘Viñedos de Dios’ que producen “el rey de los vinos y el vino de reyes”, reza la arenga local.
EL SILLÓN DEL DIABLO
El símbolo del Camino a Santiago de Compostela es la concha marina que también devino en la insignia de los peregrinos. Dicen que Santiago El Mayor la llevaba consigo para tomar agua, era el vaso andante de la época. En toda las rutas hacia la tumba del apóstol ven un letrero con una concha dibujada y una flecha entonces el caminante va por la vía correcta. ¿Beber vino de Burdeos en cocha o en copa? Umm, la valva puede esperar, argumentan los peregrinos que pasan por esas tierras de la vid.
Antes de dejar suelo francés es obligado visitar el templo de los ‘pénitents noirs’ o “penitentes negros’ -no por el color de piel sino porque eran peregrinos que cumplían una penitencia portando atuendo negro- que se ubica cerca de Burdeos. Es la capilla de Saint Pierre localizada en una de las ciudades medievales más espectaculares, aunque sea muy pequeña pues allí habitan solo 500 personas.
Es Collonges-la-Rouge (La Roja) porque todos sus edificaciones -casas, templos, mercado, mansiones y castillos- son de piedra de rodeno, de arenisca roja y entonces la ciudad entera es de ese tono. Hace mil años, a Collonges-la-Rouge la llamaban “El Sillón del Diablo” pues en el imaginario popular se decía que satanás la había escogido como sitio de descanso y por eso había pintado de rojo todos los yacimientos pétreos de la región. Nadie podría construir en otro color, pues.
Ciertamente toda la ciudad es bermeja, sus muros, sus callejuelas empedradas, las cilíndricas torres de los castillos, los balcones colgantes. ¿Qué rompe lo rojizo?, las madreselvas y glicinias que trepan las paredes, los techos oscuros y las floridas macetas, pero de ahí en fuera todo es bermellón. Sentarse en la terraza de una taberna que tiene un milenio de existencia a tomar un vino – de Burdeos, claro -y saborear una porción de ‘confit canard’ del Périgord Noir (pato confitado acompañado con mostaza violeta) es una pausa inigualable en ese camino hacia el sepulcro compostelano. ¡Y ahí viene la frontera con España, con sus escarpados Pirineos y sus bosques embrujados!