ANDRÉS TIMOTEO
EL CAMINO IV
La cadena montañosa marca la frontera geopolítica, pero no la paisajística entre España y Francia. Los Pirineos es un desafío hermoso en el Camino de Santiago pues hay que ascender mil 450 metros para transitar parte de las cumbres verdes donde pastan libremente caballos y ovejas, y a veces escalar más alto para acceder a los picos que muestran la majestuosidad del lugar. ¿Se acuerdan de los paisajes alpinos de la serie televisiva “Heidi”? Pues tal cual.
De hecho, no muy lejos de ahí, en Cantabria, hay un pueblito llamado Mogrovejo a las faldas de los Picos de Europa donde se filmó la película “Heidi, reina de las montañas” en el 2016. Ahí todavía está la cabaña usada para recrear la casa de la niña y su abuelo, y por supuesto los valles de las correría de ella con su amigo Pedro, su perro Niebla y la oveja Copo de Nieve. La aldea de Heidi está en el recorrido norte del Camino de Santiago también conocido como la Vía Vizcaína o Ruta de la Costa.
Pisando suelo español inicia la segunda etapa del Camino Francés. Son 950 kilómetros que se pueden recorrer a pie, en bicicleta, en moto, en autobús o en automóvil particular. Los que van caminando tienen doble indulgencia. Ellos portan una credencial que es sellada en cada monasterio o municipalidad hasta completar el último lacre en la Oficina de los Peregrinos de la Catedral de Santiago en cuyos archivos también quedan registrados para que, cuando llegue el momento, los ángeles revisen el listado de quienes hicieron la penitencia caminatoria.
Aquí el trayecto galo se divide en dos subrutas: la Napoleónica, llamada así porque es la que tomaron las tropas del emperador Napoleón en 1808 cuando invadieron España, y la de Valcarlos, -la Vía de Carlos- la más antigua pues data del año 778 cuando el ejército de Carlomagno fue perseguido por los nativos vascones y terminó derrotado en los acantilados de Roncesvalles. Ambas son fabulosas, llenas de misticismo y paisajes de ensueño.
Se comienza entre Saint-Jean Pied de Port, última localidad francesa, y Roncesvalles ya en suelo español, dos villas de postal con casas apretujadas de paredes blancas y rojos tejados, y templos románicos con sus torres solitarias. Son los típicos pueblos cabreros donde se degusta la sopa de cebolla con queso – la versión local de la francesa ‘soup d’oignon’-, el cordero al Chilindrón, los cocidos de alubias y las empanadas de calabaza con pasas y de papa con piñones. Obvio, el rey de la mesa pirenaica es el queso ya sea de cabra, oveja o vaca. Todo al pie de la chimenea y con un generoso vaso de sidra.
Y entre Roncesvalles y Saint-Jean Pied de Port hay una parada obligada para cobijarse bajo el manto protector de la patrona de peregrinos y pastores: el Pico de Orisson donde se alza, desafiante a los vientos, Nuestra Señora de Biakorri, una efigie réplica de la Virgen de Roncesvalles cuya leyenda no es muy distinta de otras apariciones marianas: un monje de la Edad Media enterró la estatua gótica junto a una fuente de piedra a fin de impedir que la destruyeran los sarracenos -árabes- en sus incursiones al norte de la península ibérica.
Un siglo después, un pastor que arriaba su hato de madrugada vio a un ciervo bebiendo de la fuente mientras que un racimo de estrellas se posaba en su cornamenta. Fue la señal de que algo importante estaba escondido allí y cuando excavaron descubrieron la sacra figura. A la señora coronada y con Jesús Niño en brazos que está en las alturas pirenaicas también le llaman la Divina Pastora.
Roncesvalles, Valcarlos, Zariquiegui, Burguette, Zubiri y otros pueblos del Pirineo español son tesoros de acogida y de leyendas en el Camino de Santiago. Algunos albergues tienen casi el milenio de antigüedad, conservan su construcción original y son verdaderos museos del anfitrionismo jacobeo. No se diga del entorno: frondosos y centenarios hayedos – bosques de hayas – y otros de enebros, pinos y alcornoques, calzadas y puentes románicos que libran pintorescos arroyos, y, por supuesto, riquezas más etéreas que envuelven todo lo anterior como los mitos célticos.
SORGINAS Y AKELARRES
¿Sabían que la palabra aquelarre es una aportación etimológica de los vascos? En euskera, “aker” es macho cabrio y “aurrean” es adelante o de frente, entonces ‘akelarre’ es estar “frente al chivo” -entiéndase: el diablo- y eran las celebraciones antiquísimas de las brujas para invocar a las fuerzas infernales. Los bosques pirineos están llenos de estos personajes: las zarrias y juancanas o guajonas cantábricas, las guaxas y curuxes asturianas y las maddis y sorginas vascas.
Los peregrinos deben cruzar los bosques embrujados del Pirineo y a veces pernoctan en ellos esperando toparse con algún aquelarre. En la misma ruta jacobea está la Navarra pirenaica donde hay un poblado que es ícono de la brujería: Zugarramurdi cuyos habitantes fueron los protagonistas del último gran juicio de la Inquisición Española para acabar con “la plaga de hechiceras satánicas”.
En 1610 fueron condenadas por brujas 29 mujeres. De ellas, 18 recibieron la pena de portar a perpetuidad el sambenito luego de “arrepentirse” y confesar la herejía, salvando así la vida, pero once fueron condenadas morir en la hoguera. A seis las quemaron vivas y a cinco representadas en muñecos de paja porque ya habían perecido en las mazmorras a causa de las torturas.
Años más tarde, la misma Inquisición anuló las condenas y declaró inocentes a los sentenciados porque los juicios se basaron en testimonios falsos, confesiones bajo tortura, histeria colectiva y padecimientos mentales no considerados. El pintor Francisco de Goya se inspiró en las Brujas de Zugarramurdi para su cuadro “Aquelarre” de 1798. Así, la ruta hacia la tumba del Apóstol está barnizada con la magia brujeril.
Recorriendo veredas, caminos y carreteras uno se topa con pequeños monolitos que tienen dibujadas una concha y una flecha, son las señales de que se va por la ruta correcta hacía la Galicia del Hijo del Trueno. En el último pueblito, antes de abandonar los Pirineos, hay grabada en piedra una despedida celta: “Que el camino salga a tu encuentro, que el viento sople detrás tuyo, que la lluvia caiga suave sobre tus campos y que, hasta que nos volvamos a encontrar, los dioses te sostengan tiernamente entre las palmas de sus manos”.