TEXTO IRREVERENTE

ANDRÉS TIMOTEO

DESMONETIZAR

Era una catarsis inevitable dado el resultado de coronar como reyes del Carnaval de Veracruz a dos ‘influencers’ de las redes sociales. El escándalo, el desprecio a la ciudad, el abandono del trono y la altanería de sus protagonistas fue el precio a pagar, y ahora el comité organizador de la fiesta tomó medidas para que no se repita ese ‘affaire’.

Según su presidente, Antonio Pérez Fraga, las reglas de adecuarán a fin de evitar que el reinado se compre con dinero. Ojo, no lo dijo así sino que es la interpretación que se da en este espacio. Lo que explicó es que para acceder a los reinados carnavalescos, especialmente al trono femenino, ya no serán los votos – léase cantidad financiera recaudada- los que sirvan para la elección.

Ahora habrá un jurado que evaluará a las aspirantes en cuanto a belleza, simpatía y conocimientos turísticos -ahí habría que agregarle la cultura general – además de que se incorpora el requisito de tener concluido o estar cursando el bachillerato como grado académico mínimo.

Está muy bien eso de anteponer tales parámetros que sin duda hubieran reprobado los actuales reyes carnavalescos escapistas -sí porque dejaron botado el trono y escaparon de sus responsabilidades para con los jarochos-. Nadie olvide que el reinado momesco dura todo un año y hay actividades sociales, artísticas y altruistas que deben cumplirse.

Sin embargo, y a pesar de ellos, la fiesta evoluciona. Coronar a la tal Yerania y al tal Papanatas no fue un error ni mucho menos, fue una experiencia. El Carnaval es eso, relajo y riesgo. Quien no lo entienda, no es jarocho. Entonces tener a esos ‘influencers’ como reyes era algo que debía pasar y pasó. Si no gustó, pues a corregir, pero nunca a lamentar.

La fiesta es así, atípica y relajienta. El reinado del 2022 no debe espantar a nadie y fue parte de esas oleadas críticas que ha tenido el Carnaval a lo largo de su historia. Hace años, los políticos en el poder eran los que imponían a la reina de la Alegría, y compraban “votos” a raudales con el presupuesto público.

Luego fueron los sindicatos, sobre todo el ferrocarrilero, los que se hicieron “dueños” de las coronas y concretamente tenían apartada la corona del Rey Feo. Después vino una racha en la que una televisora local se apropió de los tronos y decidía quién o quiénes los ocuparía cada año.

Ahora tocó vivir -o sufrir, según la óptica – de los famosillos de las redes sociales. Habrá que superarlo. Ellos pasarán a ser una anécdota más en la fiesta del Rey Momo. En resumen, lo que decidió en comité organizado es, en palabras de los mismos cibernautas, un intento para desmonetizar al Carnaval, aunque otros dicen que el término más adecuado es desintoxicar. Risas.

Por cierto, eso de establecer sanciones económicas por “hacer señas obscenas” durante los desfiles carnavalescos es una vacilada. ¿En qué lugar del mundo se sancionan las señas en conglomeraciones festivas de sitios públicos?, ¿en qué artículo constitucional está eso?, ¿quién define que es una “seña obscena”?

¿Qué tribunal o corte se atreverá a aplicar la sanción sin que se le responda con un amparo por atropellar el libre albedrío en una fiesta popular? Puro vacilón con estos cuates a quienes nada más les falta que llamen a la Guardia Nacional para cuidar las gesticulaciones de los fiesteros. Vaya, si a los soldados ya los metieron al Metro de la Ciudad de México, nadie se extrañe que la gobernanta local imite a la capitalina militarizando el Carnaval porteño.

Ah, y finalmente a la modificación de las reglas para la edición 2023 le faltó lo principal: escoger el nuevo nombre de la fiesta porque ya no es Carnaval. No se realiza en la fecha correspondiente, previa a la Cuaresma católica como es lo consuetudinario, y por lo tanto ya no tiene el derecho a usar el nombre de Carnaval. Que le pongan la Fiesta de Verano, o el Verano Peligroso o la Pachanga Estival, pero ya no puede llamarse Carnaval. Más risas.

EL RÍO QUE SUENA

Los articulistas de la prensa nacional se han ocupado en estos últimos días de la zacatecana Rocío Nahle. Casi todos coinciden en que la refinería Dos Bocas en Tabasco es un fiasco y estiman que será la sepultura de su aspiración para convertirse en candidata de Morena a la gubernatura de Veracruz.

Enumeran las pifias presupuestales, fiscales y de construcción física en el complejo: de un prometido de 8 mil millones de dólares que costaría ya el monto va en los 20 mil millones de dólares y que en diciembre pasado debió producir su primer litro de gasolina, según lo anunciado por la propia secretaria de Energía, pero no sale nada, y ni tampoco hay la posibilidad de que comience a refinar el petróleo antes de concluir el sexenio.

Lo que en julio pasado inauguró presidente Andrés Manuel López Obrador fue una obra negra. Estamos en enero y no genera una sola gota de gasolina de Dos Bocas cuando el anuncio era que ya debería estar produciendo 160 mil barriles diarios.

Lo único que refina, dicen los analistas, es corrupción que ha sido fomentada por la propia Nahle y con la cual se han beneficiado ella y allegados: sus compadres y amigos tienen contratos de miles de millones de pesos, algunos ya eran conocidos por sus compañías cuestionadas y otros crearon empresas ‘al vapor’ para beneficiarse con los contratos.

Hay firmas ligadas a personajes sucios del pasado priista y panista, y también con la brasileña Odebrecht, la reina de los ‘moches’ a políticos y funcionarios públicos en toda Latinoamérica. La propia Rocío Nahle es considerada hoy por hoy como una de las morenistas más acaudaladas del país por tanto negocio -entiéndase: saqueo- hecho con el presupuesto de Dos Bocas.

Los articulistas pronostican que no será candidata en Veracruz pues fracasó en la encomienda de entregar una refinería terminada. Otros dicen que la zacatecana aceptará cualquier otro cargo legislativo para el 2024 porque estará urgida de fuero para no ir a parar a la cárcel por tanta robadera. Cuando el río suena….