ANDRÉS TIMOTEO
EL ‘DAVID’ RESISTE
La “Dame en fer” (la Dama de fierro) se vistió anoche de azul y amarillo. Cuando se cumple un año de la invasión de Rusia, la mítica Torre Eiffel de París portó los colores de la bandera ucraniana en señal de solidaridad y apoyo a esa nación que lleva doce meses bajo los bombardeos rusos.
Por todos los países europeos se efectuaron actos simbólicos parecidos, algunos en monumentos icónicos o embajadas donde se dieron reuniones de expatriados así como pronunciamientos de los líderes políticos.
“El David resiste al Goliat”, se leyó entre los miles de ‘tuits’ que inundaron las redes sociales por el aniversario de la guerra. Una referencia judeocristiana, pero válida como metáfora por la diferencia de fuerza bélica entre el invasor y el invadido.
A pesar de ser una confrontación muy localizada ha impactado a todo el orbe. Si uno va al supermercado, la guerra se siente en los precios disparados, si uno enciende la calefacción o la lavadora en determinados horarios, también. Al menos eso es acá en Europa con el raspón económico desatado en onda expansiva.
Es, por supuesto, una guerra de proximidad en este continente pues Ucrania está en la llamada Europa del Este, un concepto geopolítico que data de la Guerra Fría, pero que sigue vigente en el imaginario popular. Geográficamente, Ucrania es Europa. Entonces, la lectura es que el ataque de Vladimir Putin es contra Europa, no solo contra un minúsculo país de la periferia de Rusia.
No hay vencedores aún. El “David” ucraniano ha sobrevivido un año y le ha plantado cara al “Goliat” ruso. Lo que Putin planeó que duraría no más de una semana ya se prolongó un año – que ayer 24 de febrero se cumplió-, y va para largo. El mundo observa está guerra que también ha aportado cosas innovadora -no todas positivas, claro – para el resto del mundo.
Vaya, así como en la pandemia de Coronavirus todos tuvimos que aprender nuevos conceptos, específicamente médicos y científicos, y sobre la marcha nos educamos en una nueva forma de ver el mundo con la lente de la globalización, así la guerra Ucrania-Rusa nos da lecciones históricas.
Es una guerra como las otras, sobre terreno, pero a la vez es una “guerra moderna”, dicen los estudiosos. Una guerra con drones teledirigidos donde ya no se ocupan soldados que los tripulen, una guerra donde además de misiles se usan sanciones y restricciones financieras para diezmar al enemigo, una guerra que también se desarrolla en el ciberespacio, una guerra tecnológica y una guerra de propaganda.
Esto último es tan importante como las escaramuzas cuerpo a cuerpo. El que gane la conversación pública ganará la guerra, pronostican. El petróleo, el gas, los minerales, los granos, los ‘chips’ digitales, la banca y la percepción mediática también son misiles de letalidad quirúrgica, como nunca en otra confrontación.
En fin, es una guerra global. No importa que sea formalmente entre dos países, toda la aldea mundial está implicada o, al menos la resiente de una u otra forma. Y en esas paradojas de la historia, lo nuevo se mezcla con lo antiguo por eso la referencia, también una guerra que se relata en los textos bíblicos, con el episodio del pastorcillo judío haciéndole frente al gigante filisteo en el Valle de Elah hace tres mil años.
PATRIA NEGRA
La semana que termina fue de Carnaval y en algunos sitios de Veracruz la fiesta se prolongará hasta mayo. Sí, y no porque se hayan movido las fechas a capricho como sucedió en el puerto de Veracruz sino porque desde hace tiempo así están programadas por decisión popular y consuetudinaria.
Se trata de los siete carnavales afromestizos de Veracruz. Y no los descubrió el funcionario cuitlahuista que anda derramando ‘lágrimas negras’ y agita a conveniencia personal la cantaleta de la negritud. No, esto es cosa sería e importante porque forma parte de nuestra cultura sincretizada con las herencias hispanoarábiga y pluri-indígena.
La antropóloga Lorena Acosta Vázquez de la Universidad Veracruzana (UV) lleva tiempo documentando la expresión artística colmada de mensajes en los carnavales afromestizos que fueron y son, dice, “la oportunidad de jugar con la vida y el tiempo en un desenfreno previo al severo acatamiento de las normas cristianas”.
Una suerte de liberación de los pueblos negros reprimidos. Sus elementos distintivos son el trastoque de la realidad y ocultamiento de la identidad, el desplazamiento de los roles de autoridad y la libertad para expresar movimientos que en otros momentos serían reprobables, según detalló en el foro “Aportaciones de las culturas africanas y caribeñas en la identidad de la música veracruzana y el jazz”, celebrado en el 2017 en Jalapa.
Cosa tan interesante como cierta, los pueblos afrodescendientes siempre han expresado con música, cantos y baile no solo sus credos sino también sus quejas y anhelos de libertad. El vudú, por ejemplo, se ha definido como una práctica religiosa, pero hay estudios sociológicos que lo ubican también como un instrumento de liberación, contra el esclavismo y la explotación.
Así los carnavales negros que mucho tienen de religiosidad y rebeldía al mismo tiempo. Y en Veracruz tenemos siete joyas de esas que están, ahora mismo, en plena realización, aunque algunos ya concluyeron. En Actopan son los carnavales de Coyolillo (del 17 al 26 de febrero) y Chicuasen (que comenzó el 17 y concluyó el 19), en Naolinco los de Almolonga (24 al 27 de febrero) y Espinal que comenzará el 30 de abril y terminará hasta el 7 de mayo.
Los de Blanca Espuma, Cerrillos y Providencia, realizados del 18 al 21 de febrero en Alto Lucero, y el Carnaval de Alto Tío Diego en Tepetlán que fue del 18 al 22 de febrero. Claro que los asentamientos negros son más en la entidad, pero en esos cuatro municipios -Actopan, Naolinco, Alto Lucero y Tepetlán – se concentran las tradiciones carnavalescas de la negritud. Las de nuestra tercera raíz, esa de la lontananza que está enterrada en suelo africano.