TEXTO IrreVERente

Andrés Timoteo

LA MAESTRA ESTER

El fin de semana falleció Ester Hernández Palacios – sin la “h” de “hija” pues ella misma se la quitó a su nombre como muestra de dolor tras la muerte de su primogénita hace trece años- y así se sumó a la lista de madres veracruzanas que se van físicamente sin haber obtenido justicia tras un acto horrible que desbarató su familia.

Fue, por supuesto, una víctima de la ola de violencia y la crisis de inseguridad que se apoderó de Veracruz desde el 2005. Cierto, destacó por su contribución a la cultura y la investigación artística, pero sus últimos años vivió el mismo terror y la desolación que padecen cientos de veracruzanos a los que se les arrebatan sus hijos.

Ella lo plasmó en un libro que surgió de su diario personal tras el asesinato, el 8 de junio del 2010, de su hija Irene Méndez Hernández- Palacios y su yerno, el empresario Fouad Hakim Santiesteban en Jalapa. Aquel día, un grupo de Los Zetas, el cartel consentido del sexenio, persiguió a balazos a la pareja que viajaba en su vehículo y que finalmente se estrelló en una barda.

A Irene la dejaron mal herida y a su esposo se lo llevaron. La chica falleció en un hospital mientras que el cadáver de su pareja se localizó después en los límites con Banderilla. Con el paso del tiempo, salió a la luz el libro “Diario de una madre mutilada” pues así quedó tras aquella tragedia. La maestra Hernández Palacios nunca volvió a ser la misma. En su rostro se notaban los estragos de ese episodio.

Los perspicaces lo habrán notado, su expresión era idéntica a la que logró recrear la magnifica actriz Frances Louise McDormand ganadora del premio Oscar -a propósito de que acaba de pasar la premiación cinematográfica – por la cinta “Three Billboards Outside Ebbing, Missouri” o “Tres anuncios en las afueras de Ebbing, Missouri”(2017) que en México se llamó “Tres anuncios por un crimen” cuya trama es precisamente sobre una madre que perdió a su hija víctima de feminicidio.

McDormand fue premiada por su histrionismo ya que pudo trasmitir en la pantalla ese dolor y amargura acumulados en los rostros de las madres y padres que han perdido a sus hijos víctimas del crimen. Así se veía Hernández Palacios.

Pero regresando al hilo, la maestra era una mujer pensante y valiente que no rehuía a los cuestionamientos. Alguna vez, un periodista atrevido -como debe ser todo reportero- le soltó a bocajarro: Usted colaboró con el gobierno que trajo el crimen organizado a Veracruz – en referencia al fidelato -.

Ella calló por largos instantes, luego dio una explicación a la que no estaba obligada, pero lo hizo para aclarar los puntos de su participación en aquella administración estatal. Efectivamente, fue directora del Instituto Veracruzano de la Cultura (IVEC) durante la fidelidad, pero nunca participó en decisiones sobre la seguridad pública.

Mucho menos tuvo algo que ver en los pactos que se hicieron con las organizaciones criminales. Al final, pese a posición, ella y su familia terminaron convertidas en víctimas de aquel régimen que abrió las puertas del infierno. Cuando mataron a su hija y a su yerno, todavía estaba vigente la casta política a la que se le atribuye el inicio del horror criminal.

VENÍA LO PEOR

La última vez que hable con la maestra Ester -una disculpa al lector por emplear la primera persona en estos párrafos – fue a mitad de junio del 2011 cuando ella se sumó a la exigencia para localizar a la adolescente Gabriela Arlene Benítez Ybarra, estudiante de la “Prepa Juárez” en Jalapa, desaparecida el 13 de junio de ese año.

Hernández Palacios acompañó a la doctora Barbara Ybarra, madre de la chica, -como lo hizo con otras víctimas de la violencia pues se sumó a esa tarea de hacer que se visibilizaran- en sus denuncias porque la entonces Procuraduría General de Justicia (PGJ) no la buscaba y al contrario el titular, Reynaldo Escobar, acusaba a la progenitora de ejercer violencia intrafamiliar y ser la causante de que Gaby huyera del hogar.

Por supuesto que era mentira ya que trató de convertir a la madre en un ‘chivo expiatorio’. El cadáver de Gaby apareció tres meses después, el 23 de septiembre, en el área conocida como el Santuario de las Garzas. La adolescente había sido víctima de plagio y feminicidio, aunque tampoco nunca se buscó al feminicida y el caso sigue impune.

Pues bien, en aquel último encuentro, le pregunté a la maestra –fuera de la nota periodística- su percepción sobre la crisis de seguridad pública y el imperio del hampa en Veracruz con las decenas de víctimas -en ese tiempo todavía no se hablaba de miles – de secuestros, ‘ejecuciones’ y desapariciones, cometidas por los cárteles en complacencia con las autoridades.

“Esto desgraciadamente va para largo, esto no se va acabar pronto, todos debemos estar conscientes y preparados porque se va a poner peor. Todos, incluidos ustedes los periodistas. Lee a Buscaglia, se viene lo peor”, respondió con un dejo de pesadumbre.

Se refería al catedrático e investigador de la Universidad de Columbia, Estados Unidos, Edgardo Buscaglia que había vaticinado días sangrientos y de mucho dolor para el país porque el crimen organizado estaba enquistado en el gobierno. Tanto Buscaglia como Hernández Palacios tenían razón, llegaron días más negros a México y Veracruz.

A finales de aquel junio del 2011 comenzaron los asesinatos de periodistas en Veracruz – el de don Miguel Ángel López Velasco y su familia, el 20 de junio, y luego el de Yolanda Ordaz, el 26 de julio- que se prolongaron todo el sexenio duartista hasta llegar a 19. A la fecha van 32-. Ya no se diga del reguero de cadáveres y desaparecidos en todo el estado.

Desde el domingo, la maestra Ester Hernández Palacios dejó sus ataduras terrenales y se reencontró con su hija Irene en la eternidad. Allá será testigo de que lo que no se castigó aquí en la tierra – a los perpetradores y consentidores de las masacres- lo castigará el Tribunal de los Cielos. Por lo mientras, ya descansa en paz, ya su dolor está aliviado.