TEXTO Irreverente

Por Andrés Timoteo

CRISTO, UN FETICHE

“Chávez nuestro que estás en el cielo, en la tierra, en el mar y en nosotros, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu legado para llevarlo a los pueblos de aquí y de allá. Danos hoy tu luz para que nos guíe cada día. No nos dejes caer en la tentación del capitalismo, más líbranos de la maldad de la oligarquía, del delito del contrabando porque de nosotros y nosotras es la patria, la paz y la vida. Por los siglos de los siglos amén. Viva Chávez”.

Es la oración de cabecera de los militantes del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y también la de los “misioneros” del gobierno bolivariano. La rezan a diario. Desde el inicio de su gobierno, en el 2005, al desaparecido Hugo Chávez se le comenzó a comparar con Dios.

En diecisiete ocasiones el mismo Chávez, su heredero Nicolás Maduro o los dirigentes del PSUV hicieron el paralelismo con la divinidad judeocristiana. Los integrantes de las Misiones Bolivarianas que recorren todos los municipios y barriadas del país dispersando los programas sociales dicen a los beneficiarios: “Ten, Nuestro Padre Chávez te lo manda”.

Los misioneros bolivarianos inspiraron al lopezobradorismo para crear los Siervos de la Nación. Son copia- calca. También los “misioneros” son un ejército electoral que se fusiona con el partido de Estado, el PSUV. Los ‘siervos’ mexicanos lo hacen con Morena.

Las tres tareas prioritarias de “misioneros” y “siervos” son: llevar las ayudas sociales, pastorear a los votantes cautivos y fomentar la idea de que el mandatario en turno es un Cristo enviado para la salvación de los pobres y de la patria.

El tema viene al caso porque el sábado cuando en la Ciudad de México se realizó la concentración masiva para arropar al presidente López Obrador -no para celebrar la Expropiación Petrolera, ese fue el pretexto -, se distribuyó un panfleto en el que comparan al tabasqueño con Jesucristo.
Incluye un ‘salmo’ profético sobre la destrucción de los “enemigos” del mesías tropical, incluyendo a la prensa crítica. “Todos los malos pensamientos que tengan y que por medio de los periodistas que se venden por unas monedas de plata como en el tiempo de Judas, tiempo final como el Apocalipsis. Tiempo para los malos y serán desaparecidos”, reza.

No se espante nadie pues tampoco es la primera vez que los “chairos” osan con tal paralelismo. En una decena de ocasiones desde el 2018 lo han hecho abiertamente, incluidas algunas en boca del mismo López Obrador. Y tampoco el tabasqueño es el único populista que se compara con el Hijo del Hombre.

Lo han hecho el ya mencionado Chávez y su heredero Maduro en Venezuela, Fidel Castro en Cuba, Inazio Lula y Jair Bolsonaro, en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, Donald Trump en Estados Unidos, Silvio Berlusconi en Italia, Tabaré Vázquez en Uruguay y los Kirchner Fernández en Argentina, solo por citar algunos.

DÉJENLO EN PAZ

Hay una epidemia de analogía cristológica entre los políticos. Los populistas en el poder buscan afanosamente ser equiparados con Jesucristo. Ya no les basta el pueblo que los votó pues ahora se pretenden designados por la divinidad y, por lo tanto, son intocables por las críticas y las instituciones de los hombres. Es pecado cuestionarlos y los que se atreven son merecedores del castigo divino.

En su artículo “Democracias, entre herejes y blasfemos”, el historiador italiano Loris Zanatta lo explica atildadamente: “No tomarás el nombre de Dios en vano, dice el segundo mandamiento. Ni siquiera el de su hijo, se supone. Sin embargo, el nombre de Cristo va de boca en boca: la tentación de evocarlo es tan fuerte que pocos se resisten.

“Suena blasfemo, desproporcionado, algo cómico. Pero también en otras orillas se suele nombrar en vano a Cristo. No solo los que han caído; los poderosos y los ganadores están tentados a adueñarse de él. El consenso y el poder no son suficientes para ellos: buscan una investidura divina, el reconocimiento de que, como Cristo, son odiados por la revelación que encarnan, porque destruyen los antiguos ídolos.

Tenemos luego aquellos que están seguros de ser los herederos de Cristo, si no la reencarnación. ‘Si la Iglesia formara un Estado’, le confió Fidel Castro al religioso Frei Betto, ‘lo haría como el nuestro’, como el régimen cubano. Así es como todos lo interpretan a su manera. ¿Por qué tanto agitan el nombre de Cristo en vano? ¿Por qué tanta obsesión con su figura? ¿Por qué tantos esfuerzos para crearse un Cristo a medida?

Hay muchas explicaciones posibles, pero una se destaca sobre todas ellas: para colocarse por encima de todos los demás; para transformar la verdad de uno en verdad absoluta; para escapar de la fugacidad de la historia y conferir a su paso por ella la dignidad del ‘signo de Dios’.

¿Tiene Cristo algo que ver con eso? Obviamente no. Con frecuencia las Iglesias, que de Cristo y su mensaje deberían ser guardianas, dan crédito a quienes las usan como instrumento secular. ¿Entonces? Invocar a Cristo por razones políticas presupone que por encima de las instituciones que un país se ha dado y que gobiernan su vida pública, existe una fuente de legitimidad superior a la que algunos tienen acceso privilegiado y de la cual otros estarían excluidos.

Cristo se transforma así en fetiche. El hecho de que sea tan común y frecuente -usar ese ‘fetiche político’, acotación del columnista – nos recuerda los infantiles y precarios que son los cimientos de nuestras democracias. Lo que importa en democracia no es invocar a Cristo o algún otro Absoluto; Es la capacidad de persuasión mutua, basada en argumentos racionales.

Porque la democracia es el espacio público donde todos los ciudadanos, creyentes y no creyentes, comparan sus argumentos y siguen procedimientos de decisión consensuados, sin pretender que sus verdades de fe prevalezcan a priori. No hay mejor definición de la necesaria autonomía entre política y religión; de la autonomía que le conviene a ambas. En política, Cristo es un arma impropia. Déjenlo en paz”, concluye Zanatta.

*Envoyé depuis Paris, France.