TEXTO IRREVERENTE

ANDRÉS TIMOTEO

REGRESIONES


“Si los matamos a ellos, nos matamos a nosotros, cortarlos por ocio o mera riqueza es un suicidio colectivo”, reza un viejo adagio hindú sobre la tala de árboles.  Hoy en México pocos hacen mutis porque el gobierno lopezobradorista taló 20 mil árboles en el sureste para abrir paso al famoso Tren Maya, pero que finalmente fue un ecocidio sin beneficio ya que se modificó la ruta a contentillo de quien despacha en palacio nacional y el tramo deforestado no se utilizará.

¿Hay ecocidios que traigan beneficio?, preguntará el lector. La respuesta es parte de un debate eterno y el concepto “beneficio” es relativo. Se ha dicho, por ejemplo que el “progreso” y el “desarrollo” siempre van a impactar al entorno natural. Construir un edificio, una carretera, un puente, una presa o, en este caso, un ferrocarril siempre dejará un pasivo ambiental que, según los defensores del desarrollismo, se repone con la “ganancia social y económica” pues allega a los lugareños ingresos, servicios y bienestar.

De ahí que el tema es relativo pues depende de los argumentos del  pro y el contra. Pero tumbar 20 mil árboles para un proyecto que no se hará o sea que no aportará ninguna ganancia para la colectividad es un crimen ecológico y así sucede en Quintana Roo donde fue desbastada un área boscosa en los alrededores de Playa del Carmen por donde pasaría el tren obradorista. Ahí también están perdidos 480 millones de pesos que se invirtieron durante los seis meses que duró la tala.

¿Qué significa talar un árbol? De acuerdo a los científicos, un ejemplar adulto produce anualmente 2.7 kilogramos de oxígeno, lo que consumen dos personas en un año. Es decir, al eliminar 20 mil árboles se cortó la producción de oxígeno para 40 mil personas, Esto sin considerar que los árboles son filtradores del polvo, reguladores de la temperatura y proveedores de alimento y hogar para especies animales. Con lo anterior se cumple el refrán hindú de que cuando el hombre mata a los árboles se mata a sí mismo. ¿Cuántos otros miles de árboles se habrán cortado en toda la ruta que ocupará el Tren Maya?

Lo indignante en este caso es que la ruta no se cambió por motivos geológicos, de mecánica del suelo, turísticos o si quiera ambientales sino por el capricho del presidente Andrés Manuel López Obrador pues de seguir el proyecto original se sumaría casi un año a la duración de las obras  y no alcanzaría a inaugurarlo en el 2023. Haber mantenido ese tramo implicaría levantar puentes, pasos a desnivel y libramientos que retrasarían los tiempos fijados por el caudillo.

Entonces, los veinte mil árboles muertos no fueron por un bien superior ni por dar paso al desarrollo urbano-turístico sino por satisfacer la megalomanía del autócrata. ¿Y los ecologistas? Solo algunos alzan la voz pues los de antaño que se desgañitaban cuando se cortaba un árbol o se rellenaba una laguna pero que  ahora están incorporados en la nómina de la “cuarta transformación” no dicen una palabra. Eso en sociología política se llama regresión, y en el lenguaje de las causas sociales: traición y deshonor.

Hay muchas otras cifras quemantemente regresivas en el lopezobradorismo, algunas sirven para medir la hecatombe humanitaria: 4 mil feminicidios, 108 mil ejecutados por la mafia, 2 mil 400 niños con cáncer fallecidos, 660 mil muertos por la Covid-19, mil 100 fosas clandestinas -más de la mitad de las 4 mil que se han encontrado desde el 2007 -, 26 mil desaparecidos  -el 33 por ciento de los casi 80 mil que son en total – y 51 periodistas asesinados, seis de ellos en Veracruz.

NO ERA LEYENDA

En los años ochenta era muy platicada la leyenda urbana del “Niño de Gerber”, el de la imagen de los frascos de papilla para bebés. Se contaba que el cadáver de ese pequeño se había localizado en una revisión aduanal pues se usó para traficar droga de México a los Estados Unidos. Que tras asesinarlo, al niño lo rellenaron de marihuana y cocaína para evadir el control haciéndolo parecer como  un bebé dormido en los brazos de su madre.

Y el espanto aumentaba cuando los que contaban la historia juraban que “ese no era el primer bebé que mataban para pasar la droga al otro lado”. A cuatro décadas de distancia se comprueba que no era una leyenda urbana sino una realidad y no lejana, en otro país o en la frontera.  En un bote de basura del centro penitenciario San Miguel en Puebla se localizó el cuerpo sin vida de un recién nacido el pasado 10 de enero.

El pequeño había fallecido al menos cinco días antes -posiblemente lo asesinaron – y el cadáver presentaba rastros de una intervención quirúrgica abdominal, o sea le abrieron el estómago para rellenarlo de droga y así introducirlo a la cárcel durante un día de visita familiar. Para los que tuvieron pesadillas en los ochenta con el “Niño de Gerber”, la mala noticia es que nunca fue un mito esa práctica.

Eso sí, la leyenda urbana está en la eficiencia de las autoridades pues que la fecha, doce días después de localizar el bebé muerto, nadie sabe nada, ni quien lo introdujo ni quien lo recibió en la prisión. Las cámaras de vigilancia “no captaron nada”, dicen y no se tiene ni reos ni visitantes sospechosos. Además por ningún lado se ha  reportado un bebé robado “con esas características” -vaya burrada, ¿con el abdomen cosido o qué? – ni se ha hurtado ningún cadáver en las morgues poblanas o de la Ciudad de México como se ha especulado.

Miguel Barbosa, el gobernador morenista de Puebla, con el discurso de siempre: “investigaremos hasta sus últimas consecuencias, este crimen no quedará impune y a los responsables se les aplicará todo el peso de la ley”. Eso sí, se lanzó contras los activistas sociales que exigen una investigación y castigo, pues les dijo que cuando se sepa la verdad “nos tendrán que pedir disculpas”. Ahora resulta que la víctima es él pues hasta sugiere que el bebé muerto fue “sembrado” para dañar a su administración. Así son estos chairos con poder.

Claro, su gobierno es un desgarriate, sobre todo en el manejo de las prisiones. El penal de San Miguel lleva siete meses sin director. El que había nombrado Barbosa en abril del 2022, Jorge Gómez Torres, fue detenido en junio por haber permitido la fuga de un capo del narcotráfico local, Felipe Hernández Tlatelpa, apodado “El Pirulí”. Sin alcaide ni supervisión, en esa cárcel manda la mafia.